La noticia de que el actor y comediante, Robin Williams, había muerto conmocionó al mundo del espectáculo y sus seguidores. Muy pronto se informó de que todo parecía indicar un suicidio.
Como era de esperarse, ríos de tinta corrieron en las páginas informativas advirtiendo de los males que aquejaban al actor. Años batallando contra su adicción al alcohol y las drogas. Recuperaciones iban y venían, recaídas también, depresión, un círculo vicioso difícil de romper y vencer. Por último, su padecimiento del mal de Parkinson, según las recientes declaraciones de su esposa, y quién sabe qué otros dolores callados muy dentro de sí, acabaron finalmente con él.
El actor, el comediante -un egresado de la prestigiosa Juilliard School, de Nueva York- que tantas alegrías y risas arrancó del corazón de sus seguidores, se hundía en su tristeza interna sin que nadie lo advirtiera, como suele pasar.
Así como el mundo contó con el actor para reír y por un rato apartar su tristeza, acaso a Robin Williams también le hizo falta un comediante que le arrancara el dolor de su interior e imprimiera una sonrisa en su rostro, y alegría en su corazón.
Su caso me lleva a asociarlo con una de mis poesías favoritas: «Reír llorando», del escritor y poeta, Juan de Dios Peza. Una poesía que narra la triste historia de un actor y comediante que a todos hacía reír, pero que a él nada le hacía sentirse feliz. Buscaba un remedio para su mal, a lo que el médico que lo atendía -sin reconocerlo- le sugiere buscar a Garrick, un famoso comediante, pues todo el que lo ve muere de risa, decía. Audazmente éste le responde: si es así, entonces no me curo. Yo soy Garrick, cambiadme la receta.
Les dejo aquí un par de estrofas que contienen, en mi opinión, lo más hermoso de la poesía que refiero. Unas líneas que retratan tan certeramente a Robin Williams, el actor y comediante que hoy el mundo del espectáculo tanto llora. Y dice así:
- ¡Cuántos hay que, cansados de la vida, enfermos de pesar, muertos de tedio, hacen reír como el actor suicida, sin encontrar para su mal remedio!
- ¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora! ¡Nadie en lo alegre de la risa fíe, porque en los seres que el dolor devora, el alma llora cuando el rostro ríe!
- Si muere la fe, si huye la calma, si sólo abrojos nuestra planta pisa, lanza a la faz la tempestad del alma, un relámpago triste: la sonrisa.
- El Carnaval del mundo engaña tanto, que las vidas son breves mascaradas. Aquí aprendemos a reír con llanto y también a llorar con carcajadas.
Paz a su alma.